¿Qué vino la Santísima Virgen a anunciar a la humanidad pecadora? ¿Qué vino a implorar? ¿Quién tendría coraje de rechazar un pedido urgente de la Madre de Dios?
Dios hace preceder sus grandes intervenciones en la historia por numerosas y variadas señales. Con frecuencia, se sirve Él de hombres de virtud insigne para transmitir a los pueblos sus advertencias, o predecir acontecimientos futuros.
Así procedió el Padre Eterno en relación a la venida del Mesías, su Hijo Unigénito. La magnitud de tal hecho, en torno al cual gira la historia de los hombres, exigía una larga y cuidadosa preparación.
Así, fue preanunciado durante muchos siglos por los Profetas del Antiguo Testamento, de tal forma que, por ocasión del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, todo estaba maduro para su venida al mundo. Hasta entre los paganos, muchos esperaban algún acontecimiento que diese una salida para la crisis moral en la cual los hombres de entonces estaban inmersos.
Casi se podría afirmar con seguridad que, cuánto más importante el acontecimiento previsto, tanto mayor la grandeza de las señales que lo preceden, la autoridad de los profetas que lo anuncian y el tiempo de espera.
Las reglas de Dios en el trato con los hombres
Se diría que, en su infinita sabiduría, Dios, en el trato con los hombres, se pauta por determinadas reglas para las cuales muy difícilmente abre excepciones.
Es fácil, a la luz de esta regla de Historia, evaluar la importancia de las profecías de Fátima, pues quien nos la anuncia no es un Ángel, ni un gran santo o profeta, sino la propia Madre de Dios.Con efecto, “el Imperio Romano de Occidente se encerró con una catástrofe iluminada y analizada por el genio de un gran Doctor, que fue San Agustín. El ocaso de la Edad Media fue previsto por un gran profeta, que fue San Vicente Ferrer. La Revolución Francesa, que marca el final de los Tiempos Modernos, fue prevista por otro gran profeta, que fue al mismo tiempo un gran doctor: San Luis María Grignion de Montfort. Los Tiempos Contemporáneos, que parecen en la inminencia de encerrarse con nueva crisis, tienen un privilegio mayor. Vino Nuestra Señora a hablar a los hombres”. [1]
En Fátima, Nuestra Señora predice innegablemente el adviento de grandes castigos para la humanidad (algunos de los cuales ya se cumplieron), caso que esta no deje de ofender a Dios. Sin embargo, más importante, en un cierto sentido, que el anuncio de las puniciones divinas, son los medios de salvación indicados por la Madre de Dios: la oración del Rosario, la práctica de los Cinco Primeros Sábados, la devoción al Inmaculado Corazón de María. Su finalidad más inmediata es dar a los hombres la posibilidad de salir de las vías tortuosas del pecado. Si otro motivo no hubiese, sería ésta suficiente para una intervención tan extraordinaria como son las Apariciones en Fátima.
Al fin mi Inmaculado Corazón Triunfará!
Entretanto, hay algo más, de importancia primordial, que motivó a la Madre de Dios a venir en persona a transmitir su mensaje a los tres pastorcitos. Es el anuncio de la victoria de la Santísima Virgen sobre el imperio de Satanás, o sea, el Reino de María, previsto por San Luis María Grignion de Montfort y por varios otros santos: “¡Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará!” – afirmó Nuestra Señora, en Fátima.
“Es una perspectiva grandiosa de universal victoria del Corazón regio y materno de la Santísima Virgen. Es una promesa apaciguadora, atrayente y sobre todo majestuosa y emocionante” [2]. (…)
Para que nuestros ojos puedan contemplar maravillados el mediodía de ese sol -el triunfo del Inmaculado Corazón de María- cuya aurora se ha convertido en Fátima en aquel día 13 de mayo de 1917, la Virgen María nos da los medios: “Si hacen lo que yo os diga, se salvarán muchas almas y tendrán paz.”
Una dificultad surge, entretanto. Los pedidos de Nuestra Señora no fueron atendidos; los hombres continúan pecando cada vez más.
¿Qué razones tenemos para creer que Nuestra Señora dará cumplimiento a su promesa?
Sus propias palabras.
Pues la Santísima Virgen solo pone condiciones para evitar los castigos, pero no para hacer triunfar su Inmaculado Corazón. El texto del Mensaje no deja dudas. Después del anuncio de una sucesión de calamidades que vendrán para la humanidad caso esta no se convirtiera, Nuestra Señora concluye, categóricamente, sin anteponer condición alguna: “¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!”.
Cómo se llegará a esa victoria final sobre el pecado, no lo sabemos, pues no parece haberlo revelado la Madre de Dios. Solo es seguro que todos cuantos atiendan a sus pedidos se salvarán, y muy posiblemente serán llamados a participar de ese magnífico triunfo del Inmaculado Corazón de María.
Por Monseñor João S. Clá Dias, Fátima, en Aurora do Terceiro Milênio, São Paulo, Abril 1998, pp. 7-9
[1] Plinio Corrêa de Oliveira, Fátima: Explicação e Remédio da Crise Contemporânea, in Catolicismo, nº 29, May 1953.
[2] Plinio Corrêa de Oliveira, Fátima Numa Visão de Conjunto, in Catolicismo, nº 197, May 1967.