San José: Padre de Jesús, Esposo de María, Patrón de la Santa Iglesia

En celebración del 150 aniversario de la declaración de San José como patrono de la Iglesia, examinemos las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial patrón de la Iglesia. Las consideraciones nacen principalmente del hecho de que es el esposo de María y padre de Jesús. De estas fuentes ha manado su dignidad, su santidad, su gloria.

Durante períodos de tensión y de prueba, sobre todo cuando parece en los hechos que toda ausencia de ley es permitida a los poderes de la oscuridad, ha sido costumbre en la Iglesia suplicar con especial fervor y perseverancia a Dios, su autor y protector, recurriendo a la intercesión de los santos, y principalmente de la Santísima Virgen María, Madre de Dios, cuya tutela ha sido siempre muy eficaz.

El fruto de esas piadosas oraciones y de la confianza puesta en la bondad divina ha sido siempre, tarde o temprano, hecha patente.

Ante tales circunstancias, los remedios humanos son insuficientes

Ahora, Venerables Hermanos, conocéis los tiempos en los que vivimos; son poco menos deplorables para la religión cristiana que los peores días, que en el pasado estuvieron llenos de miseria para la Iglesia. Vemos la fe, raíz de todas las virtudes cristianas, disminuir en muchas almas; vemos la caridad enfriarse; la joven generación diariamente con costumbres y puntos de vista más depravados; la Iglesia de Jesucristo atacada por todo flanco abiertamente o con astucia; una implacable guerra contra el Soberano Pontífice; y los fundamentos mismos de la religión soca- vados con una osadía que crece diariamente en intensidad. Estas cosas son, en efecto, tan notorias que no hace falta que nos extendamos acerca de las profundidades en las que se ha hundido la sociedad contemporánea o acerca de los proyectos que hoy agitan las mentes de los hombres.

Ante circunstancias tan infaustas y problemáticas, los remedios huma- nos son insuficientes y se hace necesario, como único recurso, suplicar la asistencia del poder divino. Este es el motivo por el que Nos hemos considerado necesario dirigirnos al pueblo cristiano y exhortarlo a implorar, con mayor celo y constancia, el auxilio de Dios Todopoderoso. […]

Sabemos que tenemos una ayuda segura en la maternal bondad de la Virgen y estamos seguros de que jamás pondremos en vano nuestra confianza en Ella. Si en innumerables ocasiones ha mostrado su poder en auxilio del mundo cristiano, ¿por qué habríamos de dudar de que ahora renueve la asistencia de su poder y favor, si en todas partes se le ofrecen humildes y constantes plegarias? No; por el contrario, creemos que su intervención será de lo más extraordinaria, al habernos permitido elevar- le nuestras plegarias, por tan largo tiempo, con súplicas tan especiales.

Una devoción que avanza hacia su pleno desarrollo

Pero Nos tenemos en mente otro objeto, en el cual, de acuerdo con lo acostumbrado en vosotros, Venerables Hermanos, avanzaréis con fervor. Para que Dios sea más favorable a nuestras oraciones y para que Él venga con misericordia y prontitud en auxilio de su Iglesia, Nos juzgamos de profunda utilidad para el pueblo cristiano, invocar continuamente con gran piedad y confianza, junto con la Virgen Madre de Dios, a su castísimo esposo San José; y tenemos plena seguridad de que esto será del mayor agrado de la Virgen misma.

Con respecto a esta devoción, de la cual Nos hablamos públicamente por primera vez el día de hoy, sabemos sin duda que no sólo el pueblo se inclina a ella, sino que de hecho ya se encuentra establecida, y que avanza hacia su pleno desarrollo. Hemos visto la devoción a San José, que en el pasado han desarrollado y gradualmente incrementado los Romanos Pontífices, crecer a mayores proporciones en nuestro tiempo, particularmente después de que nuestro predecesor de feliz memoria, Pío IX, proclamara, dando su consentimiento a la solicitud de un gran número de obispos, a este santo Patriarca como el Patrón de la Iglesia Católica.

Y puesto que, más aún, es de gran importancia que la devoción a San José se introduzca en las prácticas diarias de pie- dad de los católicos, Nos deseamos exhortar a ello al pueblo cristiano por medio de nuestras palabras y nuestra autoridad.

Padre del Hijo de Dios y esposo de la Virgen María

Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado  especial  patrón de la Iglesia y por

las que, a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho

de que es el esposo de María y padre putativo de Jesús. De estas fuentes han brotado su dignidad, su santidad, su gloria.

Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que no puede existir nada más sublime; mas, porque entre la Santísima Virgen y San José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que él se acercó más que ningún otro a aquella altísima dignidad por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas.

Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes—, se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participara, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de Ella.

Él se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a sus propios padres.

El hogar de la Sagrada Familia, cuna de la Iglesia naciente

De esta doble dignidad se siguió la obligación que la naturaleza pone en el cabeza de familia, de modo que José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia. Y durante el curso entero de su vida cumplió plenamente con esos cargos y esas responsabilidades. Se dedicó con gran amor y diaria solicitud a proteger a su es- posa y al divino Niño; regular- mente por medio de su trabajo consiguió lo que era necesario para la alimentación y el vestido de ambos; salvó al Niño de la muerte cuando era amenazado por los celos de un monarca, y le encontró un refugio; en las miserias del viaje y en la amargura del exilio fue siempre la compañía, la ayuda y el apoyo de la Virgen y de Jesús.

Ahora bien, el divino hogar que José dirigía con la autoridad de un padre contenía dentro de sí a la apenas naciente Iglesia. Por el mismo hecho de que la Santísima Virgen es la Madre de Jesucristo, Ella es la Madre de todos los cristianos a quienes dio a luz en el monte Calvario en medio de los supremos dolores de la Redención; Jesucristo es, de  alguna manera, el primogénito de los cristianos, quienes por la adopción y la Redención son sus hermanos.

Y por estas razones el santo Patriarca contempla a la multitud de cristianos que conformamos la Iglesia como confiados especialmente a su cuidado, a esta ilimitada familia, extendida por toda la tierra, sobre la cual, puesto que es el esposo de Ma- ría y el padre de Jesucristo, conserva cierta paternal autoridad.

Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tu- telar santamente en todo momento a la Familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo.

 

León XIII. Fragmentos de la encíclica “Quamquam pluries”, 15/8/1889